Antes de hablaros del Capricho de Gaudí, repasaremos un poco su historia.
Gaudí
El nombre de Antoni Gaudí va ligado ineludiblemente a la Sagrada Familia, su obra más emblemática y conocida en todo el mundo. Si visitáis Barcelona podréis ver diferentes obras del legado de este genial arquitecto.
Pero Gaudí no gozaba de esa fama en el tiempo en el que le tocó vivir. Era criticado por muchos compañeros y los medio por sus diseños tan innovadores para la época. De entre sus obras, seguro que os suena el Parc Güell. Pues bien, recordad este apellido: Güell.
Eusebi Güell, I Conde de Güell fue un político y reputado empresario de Barcelona. Conoció a Antoni Gaudí en 1878, atraído por su vitrina para la Guantería Comella, expuesta en la Exposición Universal de París.
Desde ese momento establecieron una gran amistad y llevó a que Güell actuase de mecenas del arquitecto de Reus, con una actividad muy prolífera, entre la que destaca:
El Parc Güell (anteriormente citado)
Las Bodegas Güell
Los Pabellones Güell.
Pero antes de llevar a cabo esas obras, Gaudí llevó se encargó del primer proyecto fuera de Catalunya, junto con la casa Vicenç, las primeras viviendas que diseñó.
Villa Quijano (1883-1885) bajo la dirección de Cristóbal Cascante, en la localidad cántabra de Comillas y que, junto con el Palacio Episcopal de Astorga y la Casa Botines en León, serían a la postre, las únicas que realizó fuera de su tierra.
Esta obra se enmarca dentro de la etapa orientalista (1883-1888) del arquitecto, inspirada en el lejano y próximo Oriente y el arte islámico hispánico, en la que destacaba la decoración con azulejo cerámico, los arcos mitrales, carteas de ladrillo visto y remates de templete o cúpula. ¿Y cómo es que Gaudí hizo un edificio en Comillas? Pues aquí es dónde interviene de nuevo Eusebi Güell.
El empresario barcelonés se casa en 1871 con Luisa Isabel López Bru, hija mayor del Marqués de Comillas. Máximo Díaz de Quijano, concuñado de éste, un adinerado indiano, que tras contraer una enfermedad, en 1882 decide volver a su ciudad natal, quiere una villa en la que vivir, y el genial arquitecto catalán se hace cargo del proyecto, pese a que nunca estuvo presente en la localidad cántanbra.
Cabe decir, que este adinerado abogado y también escritor, un soltero empedernido, solo pudo disfrutar tres meses de la vivienda, pues su enfermedad le llevó a la muerte.
Nuestro viaje
Habíamos hecho un viaje por Cantabria, la primera vez que visitábamos esta tierra. No habíamos hecho demasiados planes, pero Comillas estaba marcado en la agenda con letras mayúsculas.
Habíamos leído bastante sobre este pueblo y queríamos conocerlo. Tras un pequeño paseo por el pueblo y una cerveza en un bar que no parecía haber evolucionado desde 1855, fecha en que se abrió, junto a la puerta de entrada al Capricho, nos encaminamos hacia la visita.
En el barrio de Sobrellano, un camino en subida, te lleva a la entrada, en la que una taquilla te da la bienvenida. Un grupo vela por la conservación, desde 2009, de este emblemático edificio, convirtiéndolo en una casa-museo que permite conocer tanto cómo era la vida a finales del siglo XIX como sobre la obra de Gaudi.
Tras la guerra civil española, el edificio había caído en el abandono, pese a que en 1969 fue declarado Bien de Interés Cultural. La última descendiente de los López-Díaz de Quijano, en 1977, Pilar Güell Martos, vendió la propiedad a Antonio Díaz, quien en 1988 lo restauró y convirtió en un restaurante.
En 1992 lo compró el grupo japonés, Mido Development. En 2009 fue cuando se convirtió en museo.

Un camino en sombra, por entre el jardín, te acerca poco a poco a la vivienda, a la que llegas por su parte trasera. La rodeas por la izquierda y allí, en una especie de bancada de piedra, te encuentras una estatua sentada de Antoni Gaudí, contemplando su obra. Y como suele ocurrir en la mayoría de estos casos, a alguien haciéndose una foto con ella.


Hicimos unas cuantas fotos del exterior y recorrimos un poco la zona ajardinada antes de emprender la visita guiada que estaba programada. Éramos una veintena de personas aproximadamente.
Nos preguntaron a todos nuestro origen, supongo que para las estadísticas. La guía hizo un par de preguntas sobre la obra de Antoni Gaudí, para calibrar el conocimiento que teníamos sobre él, y nos hizo un par de observaciones sobre elementos que se podían encontrar en la fachada.
El recorrido se empieza visitando las estancias que dan al exterior, muy luminosas y todas ellas llenas de detalles. Entre éstas, contaba con un salón de baile, con dos balcones desde los que se podía escuchar la música perfectamente, pues se había diseñado esta estancia para que la música fuera escuchada desde la calle y que la gente supiese que allí se hacían fiestas.
En el centro hay un jardín botánico interior que, por la propia construcción de la vivienda, recoge toda la luz y calor del exterior hacía el interior de la casa. Una segunda planta, en la que estaban las estancias para el personal, guardaba una pequeña muestra de mobiliario diseñado por el arquitecto catalán, y unas terrazas con unas vistas increíbles del pueblo. La visita guiada termina y te dejan libertad absoluta para recorrer la casa y que cada uno se pare donde más le haya llamado la atención.
No queremos entrar mucho en detalles sobre la visita, tan solo decir que no hay mejor guía que aquel que escuchas como cuando te leían un cuento de pequeño. Nuestra guía nos informo, mantuvo nuestra atención y sobre todo consiguió que nos viésemos sumergidos en esa casa y en otra época.





Nosotros volvimos a recorrer todas las estancias, de arriba a abajo, reparando en cosas que no habíamos visto en la primera vuelta. En la parte baja de la casa, ser el sótano, lo que en su día fueron la cocina y la bodega, había una serie de fotografías que mostraban el estado ruinoso en el que se encontraba la casa antes de la reforma, y la típica tienda en la que adquirir souvenirs relacionados con la casa, Gaudí y el modernismo.
Nosotros echamos un ojo a lo que había, y adquirimos un par de marcapáginas con detalles de la balaustrada del balcón de la casa. Abandonamos a paso lento las instalaciones, con muy buen sabor de boca, con paz interior y felicidad por lo que acabábamos de disfrutar. Sin duda, el Capricho de Gaudí iba directo a la maleta, sería de los recuerdos que nunca íbamos a borrar de nuestra cabeza.


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